lunes, 17 de septiembre de 2012

LA CENA, LAS CANCIONES Y LA GENTE

Ya era un hecho que no quería irme de Firenze.
Eso, sumado a que mi compañero dejaba la ciudad para ir a Venecia, me produjo una ligera sensación de melancolía.
Pero aún podía sentir la calidez del día en la piel, y armé mi plan para la jornada: el punto fuerte sería visitar La Accademia.
Vería al David de Michelangelo, y eso, en términos de mi frenesí renacentista, era una cita.
¿Estaba yo por conocer al hombre de mi vida?
¿O solo empezaba un camino que me conducía directo a la insanía?
Mi paso por la ciudad no podía medirse en términos de cordura. 
Solo decidí prepararme para el momento.
Dado que no estaba comiendo muy bien, tomé un merecido almuerzo frente a Santa María Novella y me acomodé para seguir.






Recorrí un poco mas la ciudad, intenté seguir guardando en la memoria las imágenes e impresiones de mi último día, antes de enfrentar con paciencia la fila en la Accademia.


El Carrusel de la Piazza della Reppublica



La primavera se asomaba en el
Palazzo Pitti

Cuando finalmente entré, fue maravilloso.
El corredor principal está escoltado por enormes bloques de mármol de los que se asoman estupendas formas humanas.
De cada colosal masa de Carrara se asoman cuerpos, y parece que estuviesen aguardando para que alguien los terminara de crear, esperando para que la vida les sea dada.


Algo así son las formas asomándose
de los bloques de mármol
(La galería no permite sacar fotos) 


¿En tan pocos días perdí todo rastro de razón?

No lo creo, la obra del grandísimo Michelangelo tiene la capacidad de transportarnos, de hacer que se nos detenga el corazón por unos segundos.
Y eso fue solo el principio. Esas esculturas custodian el camino que lleva hacia el sobrecogedor David.
Iluminada por una luz diáfana está la obra que fue definida por algunos como la pieza escultórica mas perfecta de la historia.
Evitaré volver al relato emocional e histórico en pos de la  síntesis:  fue tal el impacto de ver aquello, tan indescriptible la intensidad, que temí convertirme en estatua de sal si la miraba fijamente, como la esposa de Lot. Quedando petrificada para siempre a causa de la perfección y la inmensidad.




Crucé el Ponte Vecchio en busca de un poco de reposo y cordura, pero no sabía que iba a encontrarme con una de las situaciones mas divertidas del viaje.
Llegué a las puertas del Palazzo Pitti, y elegí un lugar en su inmensa explanada para recostarme.
Escuche que alguien cantaba, y me acomodé cerca. Me pareció que no había nada mejor en ese momento que oír canciones italianas. Y lo mismo pensaron dos nenes hermosos, que se acercaban a los chicos que entonaban a dúo para acompañarlos bailando.
Eso me resultó muy dulce, y miré con mucho placer esa pequeña escena, de la que conservo una imagen:





El ragazzo que tocaba la guitarra me pregunto si los nenes eran míos. Le dije que no, y nos pusimos a charlar.

Él, además de ser extremadamente locuaz, hablaba perfecto español. Su amigo, mucho mas reservado, miraba desde sus gafas oscuras y tenía voz suave.
El guitarrista me contó que se llamaba Lorenzo, que estudiaba medicina con el discreto Francesco, ambos originarios de la vecina ciudad de Pistoia. Yo pregunté, respondí y hablé un poco de mi aventura.
Resultó ser todo un personaje.
Cuando comenté que al día se siguiente me iba a Venecia, dijo que teníamos que hacer algo.
Los dos encantadores toscanos cruzaron algunas palabras,se pusieron de acuerdo y me invitaron a cenar por la noche.
Tomé mi primer espresso, parada en la barra del café Pitti junto con ellos y nos despedimos.

Lo bueno: que el espresso no logró perforar
mi estómago
Encontrar compañeros que están en la misma situación que uno es fantástico, pero conocer a las personas del lugar, a quienes denomino La Gente, le da un nuevo sentido al recorrido. 
Mientras regresaba al hostel pensaba ¿Es correcto aceptar la invitación? ¿O será este el momento en que mi familia y seres queridos pierden todo rastro de mí?
Como buena argentina, se me cruzaron muchos pensamientos paranoicos, pero supe que no debía rechazar la cena.
Cuando llegué al departamento me sentí ridícula por mis sospechas: estaban los encantadores Francesco y Lorenzo, y los compañeros de piso de este último: Pili, una bella española, y un chico croata, cuyo nombre no recuerdo, es obvio.
¿Cómo es que en un momento estas caminando solo por la calle, a quince mi kilómetros de tu ciudad, y algunas horas mas tarde estás en una casa, sintiendo la calidez de gente que apenas sabe tu nombre?
No comprendo los mecanismos del azar, o la dinámica de los encuentros, pero esas son las cosas que le dieron un sentido real a hacer las cosas por mi cuenta.
Estaban esperándome para comer, y eso me enterneció.
Sentada en la cocina, presencié una escena sin desperdicio.
Lorenzo, más que colaborar en la cocina, conversaba, movía los brazos, y entorpecía la tarea de Francesco, quien empezó a gritarle para que no lo molestara. Ambos se empezaron a decir cosas con tanta gracia, agitando sus manos y elevando la voz, que yo esperaba que apareciera Giuseppe Tornatore a decir “Corten!”
Me sentí sumergida por unos minutos en una comedia, casi enloquezco.
No conforme con preparar de forma impecable las pastas (midiendo cantidades, controlando cocciones) el cocinero asignado, se arremangó, vació una botella de aceite en una sartén y empezó a preparar pequeñas esferas de masa.

La cena
Me dijo que era algo muy sencillo, una receta típica de la región.
Aunque lo minimizó, ví el orgullo toscano en los ojos del joven Francesco. Era como el Mark Renton italiano, pero al mismo tiempo llevaba adherido a él algo del espíritu clásico y eterno del lugar en el que nació.
De a poco la sensatez me abandonaba. Iba a terminar jurando que Dante había aparecido ante mí y me había hablado
Ya habíamos empezado con el primer plato cuando llegó a la mesa con una montaña de esferas perfectas, llamadas Coccoli. Doradas por fuera y esponjosas por dentro, se parten al medio y se rellenan con posciutto y mozzarella.
No tenía apetito, pero probé una, estaba deliciosa.

Foto ilustrativa del "Coccoli fiorentini"
Ellos se comieron toda la pasta, todo el Coccoli, lo que yo había dejado en mi plato y de postre fruta. 
No se que me sucedería a mí siguiendo esa dieta, pero todos ellos son súper flacos, impecables.
Si dije que no se como uno empieza el día dando pasos solitarios y termina comiendo en un hogar fiorentino, entonces tampoco podría explicar a ciencia cierta, cómo fue que terminé en un bar de karaoke lleno de estudiantes de intercambio.
Era el fin de uno de los días mas impredecibles que me tocaron.
Tras una larga caminata bajo la lluvia regresé. Tenía tren la mañana siguiente.
Dejar las cosas que nos cautivan no es fácil, pero l'avventura in piú no se hace sola.
Yo lo sabía muy bien, y quedaba tanto por delante...




2 comentarios:

  1. Expresas muy bien cada detalle del relato, se hace muy entretenido, incluso para alguien como yo, que pintaba los dibujos de plástica de la primaria con un pincel para empanadas. Es muy gratificante de leer porque cada una de tus palabras desborda alegría, y eso es algo poco frecuente hoy en día.
    Por otro lado, te felicito por ir a ese departamento. Yo no habría ido pensando que me iban a anestesiar para sacarme los órganos, utilizarme para un experimento nazi-fascista, o porque no, trasvestirme para una fiesta "Bunga-Bunga" con Silvio Berlusconi.
    Espero con ansia próximos relatos.
    Un beso.

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    1. Seguiré escribiendo porque hay mucho mas por contar, y porque no puedo perderme tus comentarios.
      Me hacés estallar de risa, y también me halaga que lo disfrutes porque se que sos un lector exigente (y no me vengas con falsas modestias)y una mente curiosa.
      Que lindo tirarse flores, no?

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